© FERNANDO NAVARRO L
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Títulos: El Ancla y El Viajero / The Anchor and The Traveler
Autor: Fernando Navarro L
Género: Novela policiaca / Ciencia ficción especulativa / Suspense
Formatos: Pasta Blanda 6x9 / eBook
Idiomas: Español / Inglés
Extensión: 243 páginas / 251 páginas
Alfonso Rivas, un expolicía convertido en investigador privado, enfrenta el caso más extraordinario de su carrera cuando Blanca Ortiz le contrata para localizar a su padre desaparecido, el ingeniero Braulio Ortiz. Lo que comienza como una investigación convencional da un giro inesperado cuando Alfonso, acompañado de su perro rastreador Celedonio, descubre una pared falsa en el estudio de la casa de Braulio.
Tras esta pared, encuentra una serie de legajos escritos por el ingeniero, una laptop misteriosa y documentos que narran algo imposible: Braulio Ortiz creó un dispositivo que le permitió viajar en el tiempo. No se trata de un viaje físico, sino de la proyección de su conciencia adulta a su cuerpo adolescente de 14 años, otorgándole la oportunidad de reescribir su propia vida con el conocimiento de toda una existencia.
A medida que Alfonso lee los legajos, comienza a experimentar cambios en su propia realidad. El mensaje que encuentra en la laptop, escrito meses antes de su llegada y dirigido específicamente a él, confirma lo inimaginable: Braulio sabía que Alfonso investigaría su caso. La verdad se vuelve clara y aterradora: Alfonso no es solo un investigador, sino "el ancla" en este experimento temporal, un punto fijo necesario para que Braulio, "el viajero", pueda alterar su pasado.
Los legajos narran cómo Braulio, habitando su cuerpo adolescente, pero con la conciencia adulta, toma decisiones diferentes que alteran su vida: desde su educación y carrera hasta su matrimonio y la vida de su hija Blanca. Cada decisión crea ondas que transforman sutilmente la realidad presente, incluida la de Alfonso.
En un último legajo, Braulio revela que ha descubierto algo más impactante: el dispositivo que construyó en su adolescencia contiene tecnología del siglo XXI o XXII, lo que sugiere que este bucle temporal podría haberse originado en el futuro. Ahora, desde su retiro en España, Braulio planea un nuevo viaje, esta vez hacia el futuro, para descubrir el verdadero origen del dispositivo.
Al final, Alfonso debe aceptar que su realidad ha cambiado permanentemente. El caso está cerrado, pero las consecuencias de ser "el ancla" en este extraordinario experimento temporal permanecerán con él para siempre.
Alfonso Rivas García consultó su reloj: eran las 1:38 de la madrugada del viernes 7 de junio. Cuatro días llevaba ya metido en la casa del ingeniero Braulio Ortiz, y cada hora que pasaba sentía que se adentraba más en un laberinto sin salida. O peor aún, con demasiadas salidas, ninguna de las cuales conducía a la realidad que conocía.
El laboratorio oculto tras la pared de duelas de madera del estudio lo había dejado atónito. Había visto escondrijos antes —en su época como policía había desmantelado varios—, pero nunca uno tan meticulosamente elaborado. La cerradura magnética, tan simple y a la vez tan efectiva, delataba a un hombre no solo inteligente, sino metódico.
La luz mortecina de la lámpara de escritorio iluminaba los libros antiguos de electrónica esparcidos sobre la barra. Junto a ellos, la laptop, el cuaderno desgastado con los diagramas incomprensibles y los legajos. Especialmente esos legajos escritos con la caligrafía precisa de don Braulio.
Alfonso tomó un sorbo del café que se había preparado en la cocina de don Braulio. Estaba frío ya, pero necesitaba mantenerse despierto. Los primeros legajos le habían revelado algo que, de no estar escrito por la mano de un ingeniero con reputación de brillante, habría descartado como las divagaciones de un lunático: don Braulio había construido en su infancia, en un estado de trance, un dispositivo. Un dispositivo que, según sus propias palabras, permitía viajar en el tiempo.
La precisa descripción técnica del dispositivo y los experimentos con el maniquí, documentados con la frialdad científica de quien anota resultados de laboratorio, habían llevado al ingeniero a adaptar el dispositivo original para soportar su propio peso y edad. Lo que Alfonso tenía ahora entre sus manos era el legajo donde todo cambiaba.
—Veamos qué tenemos aquí —murmuró, acomodándose en la silla del escritorio y abriendo el siguiente documento.
“Legajo 7
El siguiente legajo se orienta a la decisión de qué hacer con esta máquina del tiempo", comenzaba el texto.
El detective apretó los labios mientras leía. Había algo hipnótico en la manera en que don Braulio describía sus dilemas éticos. La posibilidad de anunciar el invento al mundo. El peligro que representaría en manos equivocadas.
"Solo me faltaba realizar una prueba del dispositivo y ésta consistía en enviar el maniquí al pasado y determinar su éxito", leía ahora, "sin embargo, no es sencillo diseñar una prueba hacia el pasado porque en todo caso la aparición de dicho objeto podría alterar el futuro inmediato o con ello traer consecuencias que hasta ahora no podía determinar con certeza."
—Piensas demasiado, Ortiz —dijo Alfonso a la habitación vacía—. Y eso, viniendo de mí, es decir mucho.
Sus años en la fuerza policial le habían enseñado a valorar el pensamiento analítico, pero también a reconocer cuándo era momento de actuar. Continuó leyendo, intrigado por el siguiente fragmento donde mencionaba que si la prueba era exitosa su siguiente acción sería probar el dispositivo en su propia persona.
"...existe la gran interrogante de ¿Qué pasará si altero algo? No lo sé con certeza, pero presiento que alterar el tiempo puede ser peligroso."
Alfonso dejó escapar un suspiro. Blanca Ortiz, la hija del ingeniero, lo había contratado precisamente porque su padre ahora jubilado, había sido un ingeniero respetado, no un hombre dado a fantasías. Y, sin embargo, lo que tenía ante sus ojos...
"En esa reflexión me encontraba cuando sucedió el accidente."
A partir de ahí, la narración cobraba un ritmo vertiginoso. Alfonso leyó detenidamente las palabras de don Braulio, sintiendo que él mismo caía por el abismo que describía el ingeniero:
"En esa reflexión me encontraba cuando sucedió el accidente. Justo cuando terminaba la recarga de la batería del nuevo dispositivo, accidentalmente activé el botón de disparo. Previamente yo ya había programado dicho dispositivo para la prueba de retroceso, sin embargo, lo que sucedió estuvo totalmente fuera de lo que jamás pudiese haber imaginado. Un destello de luz a mi alrededor y de pronto todo se obscureció. Fueron fracciones de segundo, pero durante ese intervalo sentí que una fuerza me arrastraba por un túnel a una velocidad vertiginosa, nada había, solo obscuridad."
Alfonso tragó saliva. La descripción era tan vívida que casi podía sentir esa fuerza arrastrándolo a él también, como si las palabras mismas fueran un conducto hacia la experiencia del ingeniero.
—Esto no es posible —murmuró Alfonso, pero sus ojos seguían fijos en el papel, incapaces de apartarse.
" Abrí los ojos sintiendo que algo no cuadraba.
La habitación estaba iluminada por un sol limpio, sin la tonalidad opaca de los años recientes. Había una calidez en el aire, una textura distinta en la luz. Todo era conocido… pero imposible. El techo blanco, con una grieta que cruzaba como un río seco. La lámpara con aspas. El póster de los Beatles. La vieja repisa de triplay, ladeada por el peso de las enciclopedias. Todo estaba en su lugar exacto, intacto. Suspendido en el tiempo.
Alfonso contuvo la respiración, sabiendo lo que vendría a continuación.
" Me senté en la cama, con los latidos reventándome las sienes.
El olor me dio el golpe final: detergente de lavadora antigua, el perfume de mi madre flotando en el pasillo, el metal tibio del sol sobre el marco de la ventana.
Me puse de pie y caminé hasta el espejo, sintiendo que las piernas no eran las mías. Frente al cristal me encontré con alguien que había enterrado en los pliegues del pasado. Un chico flaco, de piel sin arrugas, con mirada inquisitiva y un leve temblor en los labios. ¡Yo, en mi adolescencia!
No supe si sonreír o llorar.
Me toqué el rostro. La barba aún sin formar, la voz aguda que apenas reconocí cuando susurré al vacío “no puede ser…”. Era mi voz de entonces. Mi cuerpo de entonces.
Y, sin embargo, dentro de mí estaba el hombre de sesenta y tres años, con recuerdos, fracasos, elecciones que aún no habían sucedido en esta línea de tiempo.
Entonces la escuché.
—¡Braulio! ¡Ya baja, que se enfrían los huevos!
La voz de mi madre. Viva. Vibrante. Innegablemente real.
El temblor que me atravesó fue como el eco de un terremoto en el alma. Apoyé las manos sobre el buró, tratando de no desmoronarme. No sabía si estaba reviviendo un sueño, atrapado en un experimento, o si realmente… había regresado.
Y si lo había hecho…¿qué se supone que debía hacer ahora?
—'¡Esto es imposible!' —leyó en voz alta, como si al pronunciar las palabras del ingeniero pudiera determinar su veracidad.
El escalofrío que lo recorrió no tenía nada que ver con la temperatura de la habitación. Lo que le perturbaba no era solo la idea del viaje en el tiempo, sino la coherencia del relato, la precisión de los detalles, la forma en que don Braulio describía el pánico inicial y luego el control que intentaba recuperar.
"...había retrocedido en el tiempo, pero no de manera íntegra ni como esperaba que sucediera como ya había sucedido en las pruebas con los maniquíes. Mi cuerpo físico no había viajado, el dispositivo nuevo tampoco lo había hecho. Únicamente había viajado mi conciencia y se había fijado en mí mismo a la edad de catorce años."
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© FERNANDO NAVARRO L
El Ancla y El Viajero nació de una pregunta tan antigua como el ser humano: ¿qué haríamos si pudiéramos regresar al pasado con el conocimiento que tenemos hoy? Esta novela no solo juega con esa posibilidad, sino que la convierte en un misterio vivo. Braulio Ortiz, el ingeniero protagonista, no viaja físicamente en el tiempo: es su conciencia la que, en un estado liminal entre la razón y el trance, se proyecta hacia su yo adolescente, desafiando los límites de la ciencia y de lo posible.
En esta historia, el pasado, el presente y el futuro no son líneas separadas, sino hilos de un mismo tapiz que se entrelazan de formas que apenas comenzamos a intuir. La creación del dispositivo que hace posible este viaje no es casualidad: surge de visiones y conocimientos que parecen venir de un tiempo aún por llegar. La novela solo nos muestra la primera hebra de un misterio mucho mayor, uno cuyo desenlace se encuentra, quizás, en un futuro que todavía no hemos vivido.
Esta obra combina el suspenso de un thriller policiaco con la especulación científica más audaz, explorando conceptos de física cuántica, conciencia e identidad. A través de Alfonso Rivas, el detective que se convierte en “ancla” de la realidad, se plantea la pregunta más inquietante de todas: ¿podemos cambiar el pasado sin deshilvanar el presente? Al cerrar el libro, el lector se queda con la sensación de que la verdadera historia apenas comienza, y de que el misterio del tiempo es tan profundo como el propio ser humano.
Estructura narrativa innovadora: La historia se desarrolla a través de una investigación detectivesca que se entrelaza con los legajos de un viajero temporal, creando dos líneas narrativas complementarias que convergen de manera fascinante.
Personajes tridimensionales: Alfonso Rivas, el expolicía convertido en detective privado, y Braulio Ortiz, el ingeniero que viaja en el tiempo, encarnan arquetipos reconocibles, pero con profundidad psicológica. Incluso personajes secundarios como Ana (dueña de la lonchería) o Celedonio (el perro rastreador) añaden autenticidad al mundo narrado.
Concepto original del viaje temporal: A diferencia de otras historias de viajes en el tiempo, esta novela propone un mecanismo único: solo la conciencia viaja al pasado, no el cuerpo físico, lo que plantea dilemas éticos y paradojas fascinantes sobre la identidad y el libre albedrío.
Elementos policiacos y de suspense: La trama combina elementos de investigación detectivesca con ciencia ficción especulativa, creando una narrativa híbrida que puede atraer a lectores de diversos géneros.
Exploración filosófica: La novela va más allá del entretenimiento para abordar temas profundos como el determinismo, el arrepentimiento, la posibilidad de cambiar el destino, y la naturaleza cíclica del tiempo, resonando con inquietudes humanas universales.
"El Ancla y El Viajero" se posiciona en el mercado como una novela híbrida que fusiona con maestría el género policiaco con la ciencia ficción especulativa y elementos de suspense psicológico. Esta combinación la distingue en un mercado donde las historias de viajes temporales suelen enfocarse exclusivamente en la aventura o en las paradojas científicas.
Por su componente detectivesco, atraerá a lectores de autores como Raymond Chandler o Henning Mankell, mientras que su premisa científica-especulativa resonará con fans de obras como "Dark" (serie de Netflix), "Cronos" de Ted Chiang o "El fin de la eternidad" de Isaac Asimov. El enfoque en las consecuencias psicológicas y sociales de alterar el pasado conectará con admiradores de "La mujer del viajero en el tiempo" de Audrey Niffenegger o "Recursión" de Blake Crouch.
Lo que distingue a esta obra de otras narrativas sobre viajes temporales es su exploración del concepto del "ancla" temporal y la transferencia de conciencia, así como la integración de elementos policiacos en una estructura que convierte al lector mismo en parte del experimento temporal, haciendo que la experiencia de lectura sea inmersiva y meta ficcional.